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Autores. El mundo emocional y afectivo temprano
La orientación social del recién nacido también se observa en el hecho de que exploren durante más tiempo fotos en las que se muestran caras humanas con los ojos abiertos, frente a otras en las que los párpados aparecen cerrados.
Batki, Baron- Cohen, Wheelwright, Connellan y Ahluwalia, (2000)
Farroni, Massaccesi, Pividori y Johnson (2004)
Nagy, (2006)
Ekman y Friesen (1971)
Observaron que, a las 24 horas tras el nacimiento, los recién nacidos mantenían más tiempo la mirada cuando las imágenes representaban una tarjeta con el dibujo de una cara con una mirada directa, que cuando esta mirada se dirigía en otras direcciones.
Batki, Baron- Cohen, Wheelwright, Connellan y Ahluwalia, (2000)
Farroni, Massaccesi, Pividori y Johnson (2004)
Eibl-Eibesfeldt (1973,1979)
Ekman y Friesen (1971)
Los bebés pueden imitar movimientos como abrir la boca, sacar la lengua o parpadear y después de algunas horas, son capaces de imitar la sonrisa, una expresión de sorpresa y movimiento de manos y dedos.
Batki, Baron- Cohen, Wheelwright, Connellan y Ahluwalia, (2000)
Farroni, Massaccesi, Pividori y Johnson (2004)
Nagy, (2006)
Ekman y Friesen (1971)
En "La expresión de las emociones en los animales y en el hombre" postula que la expresión de sentimientos básicos como la ira, la alegría, el miedo, el enfado o la sorpresa, mantiene un vínculo biológico con dichos estados emocionales. Esta unión se habría forjado a lo largo de la evolución y explicaría por qué culturas muy diferentes producen dichas expresiones de forma similar.
Charles Darwin (1872)
Ekman y Friesen (1971)
Ekman, (1973)
Eibl-Eibesfeldt (1973,1979)
En su estudio la tarea consistía en que los fore escuchasen diversas historias que tenían una importante carga emocional. Tras ello, se les solicitó que seleccionasen de entre varias fotografías la expresión que más se adecuase a la historia oída. Pese a que las fotografías correspondían a adultos europeos, con los que no habían tenido contacto previo, los fore realizaron la tarea de emparejamiento con un alto nivel de éxito.
Charles Darwin (1872)
Ekman y Friesen (1971)
Ekman, (1973)
Eibl-Eibesfeldt (1973,1979)
Replica su estudio de 1971 con europeos y obtiene idénticos resultados. Únicamente la discriminación entre la expresión de miedo y sorpresa fue algo más costosa en ambas poblaciones.
Charles Darwin (1872)
Ekman y Friesen (1971)
Ekman, (1973)
Eibl-Eibesfeldt (1973,1979)
Comprobó que los niños afectados de ceguera congénita mostraban el mismo repertorio de expresiones básicas que los niños videntes, lo que rechazaba la necesidad de un aprendizaje visual.
Charles Darwin (1872)
Ekman y Friesen (1971)
Ekman, (1973)
Eibl-Eibesfeldt (1973,1979)
El mundo emocional del bebé puede caracterizarse de manera general por dos sensaciones: bienestar y malestar.
Lewis (2000)
Sroufe, (1995)
Enesco y Guerrero (2003)
Izard (1991)
Hacia el final del segundo o tercer mes es evidente que el bebé responde con una sonrisa de manera rápida y amplia a las interacciones sociales (de nuevo, preferentemente, las que se producen con sus cuidadores principales). Es lo que se conoce como sonrisa social.
Lewis (2000)
Sroufe, (1995)
Enesco y Guerrero (2003)
Izard (1991)
La expresión de sorpresa que aparece entre los 6 y 12 meses no es comparable a la expresión de interés o «sorpresa» que se registra en muchos estudios basados en el paradigma de la habituación y que se limitan, por lo general, a medir la sorpresa por el tiempo de fijación visual. Por tanto, conviene saber que hay diferentes formas de entender y medir la emoción de sorpresa.
Lewis (2000)
Sroufe, (1995)
Enesco y Guerrero (2003)
Izard (1991)
Las emociones básicas nos indican un sentimiento subjetivo del bebé (la experiencia de placer, confort o malestar); una modificación del estado psicológico que se relaciona con una activación fisiológica determinada (por ejemplo, el llanto cuando está sobreestimulado) y un comportamiento congruente que caracteriza cada una de las sensaciones del bebé (si el niño está sintiendo malestar, lo expresará de una manera característica y diferente a cuando se siente seguro o calmado).
Lewis (2000)
Sroufe, (1995)
Enesco y Guerrero (2003)
Izard (1991)
Encontraron que los bebés de diez semanas responden de forma diferente según sea la expresión emocional de la madre. Por ejemplo, cuando las expresiones emocionales de las madres participantes en sus estudios eran de alegría, los bebés manifestaban expresiones faciales, vocalizaciones y comportamientos de alegría, parecían contentos; cuando la madre ponía cara de enfado, los bebés se quedaban quietos o ponían expresiones de enfado y cuando la madre expresaba tristeza, los pequeños succionaban o movían los labios.
Haviland y Lelwica (1987)
Montague y Walker-Andrews (2001)
Witherington, Campos, Harriger, Bryan y Margett (2010)
René Spitz, (1945)
En el contexto del juego del «cucú-tras» entre bebés de 4 meses y sus madres encontraron que a esta edad los bebés diferencian entre expresiones emocionales, las reconocen, detectan cambios en ellas y responden de una manera afectivamente congruente. Para los bebés de estas edades el mundo emocional es relevante, demuestran una sensibilidad temprana a la emoción y son capaces de expresar y modificar su estado emocional en función de lo que interpretan en el otro.
Haviland y Lelwica (1987)
Montague y Walker-Andrews (2001)
Witherington, Campos, Harriger, Bryan y Margett (2010)
René Spitz, (1945)
Revisión de los estudios sobre discriminación temprana de expresiones emocionales.
-. Hacia los 4 meses los bebés son capaces de distinguir entre caras que muestran emociones de alegría, tristeza y miedo.
-. Entre el cuarto y sexto mes, discriminan expresiones de alegría, enfado y expresiones faciales neutras, además, muestran una marcada preferencia por caras que transmiten alegría.
-. Entre los 5 y los 7 meses, los bebés incluyen el reconocimiento de la expresión facial de sorpresa, pero, además, pueden discriminar entre expresiones que indican la intensidad de estas emociones.
Haviland y Lelwica (1987)
Montague y Walker-Andrews (2001)
Witherington, Campos, Harriger, Bryan y Margett (2010)
René Spitz, (1945)
Investigó las anomalías que mostraban los niños criados en instituciones que presentaban condiciones deficitarias de cuidado y afecto. Muchos de estos niños aparecían postrados en camas, inexpresivos y pasivos, padeciendo lo que el autor calificó como el síndrome del hospitalismo.
Haviland y Lelwica (1987)
Montague y Walker-Andrews (2001)
Witherington, Campos, Harriger, Bryan y Margett (2010)
René Spitz, (1945)
Concluyó que bastaban seis meses de buena relación con la madre para que su separación repercutiese negativamente en el niño, dejándole sumido en lo que denominó depresión anaclítica.
René Spitz, (1946)
Konrad Lorenz (1952)
Harlow y Harlow, (1962)
Hess, (1970)
Descubre que, tras el nacimiento, las crías de pollos y patos siguen al primer objeto que ven en movimiento (impronta o troquelado), lo que favorece que las crías se mantengan cerca de sus progenitores y a salvo de los predadores.
René Spitz, (1946)
Konrad Lorenz (1952)
Harlow y Harlow, (1962)
Hess, (1970)
Investigando la capacidad de aprendizaje en los monos Rhesus, detectaron los efectos negativos de la deprivación afectiva. Los Harlow aislaron a un grupo de crías para instruirlas sin el efecto contaminante de los refuerzos o castigos que pudieran dispensarles sus madres. De forma imprevista, la separación tuvo consecuencias fatales para las primeras, que comenzaron a mostrar episodios de terror y conductas autocentradas o depresivas. Concluyeron que, si existe alguna conducta instintiva en los monos, ésta se dirige hacia la búsqueda de afecto y protección, y no de comida.
René Spitz, (1946)
Konrad Lorenz (1952)
Harlow y Harlow, (1962)
Hess, (1970)
Aclara que la conducta social debe entenderse en un sentido amplio, incluyendo no sólo las relaciones filiales sino también otras, como las conductas de emparejamiento o cortejo.
René Spitz, (1946)
Konrad Lorenz (1952)
Harlow y Harlow, (1962)
Hess, (1970)
Filmaron separaciones de niños y padres en circunstancias que se consideraban cotidianas para la época como cuando había que intervenirles quirúrgicamente. «Un niño de dos años va al hospital», más tarde sería publicado en forma de texto comentado junto al médico y psicoanalista John Bowlby, supuso otro de los pilares de la posterior Teoría del Apego.
James y Joyce Robertson (1952)
Harlow y Harlow, (1962)
René Spitz, (1946)
Ainsworth (1967).
Propone tres fases en las que se desarrolla la progresiva separación afectiva del niño: fase de Protesta, fase de Desesperanza y fase de Desapego.
James y Joyce Robertson (1952)
John Bowlby (1958)
John Bowlby (1969)
Ainsworth (1967).
Define el apego como un vínculo de naturaleza especial y específica que une al niño con su cuidador principal. Aunque sería arbitrario señalar una etapa particular como la génesis del apego, en la tercera etapa el niño muestra comportamientos evidentes de que se encuentran presentes comportamientos de apego que terminan de refinarse hacia la cuarta etapa.
James y Joyce Robertson (1952)
John Bowlby (1958)
John Bowlby (1969)
Ainsworth (1967).
Propuso que, si bien en todas las culturas los niños muestran algún tipo de apego hacia sus padres hay, no obstante, diferencias notables en el carácter que éste adopta.
James y Joyce Robertson (1952)
John Bowlby (1958)
John Bowlby (1969)
Ainsworth (1967).
Elabora un modelo en el que muestra cómo se construye un vínculo a partir de unos primeros dispositivos que predisponen al bebé hacia el contacto social (como la succión, el llanto, la sonrisa, el seguimiento visual, o la tendencia a la adhesión).
John Bowlby (1958)
Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, (1978)
Mary Main y Judith Solomon (1986, 1990)
Spangler y Grossmann, (1993).
Diseñaron un procedimiento de observación para evaluar el grado de seguridad que el niño deposita, se conoce como la situación extraña.
John Bowlby (1958)
Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, (1978)
Mary Main y Judith Solomon (1986, 1990)
Spangler y Grossmann, (1993).
Revisaron los trabajos de Ainsworth y cols., describen un comportamiento al que denominaron patrón de apego desorganizado o desorientado.
John Bowlby (1958)
Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, (1978)
Mary Main y Judith Solomon (1986, 1990)
Spangler y Grossmann, (1993).
Observaron niños que responden a la marcha de la madre con una elevación cardiaca y con un nivel de cortisol en saliva similar a los que se registran en niños con apego seguro.
John Bowlby (1958)
Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, (1978)
Mary Main y Judith Solomon (1986, 1990)
Spangler y Grossmann, (1993).
Los niños con apego desorganizado presentan mayores problemas de autorregulación emocional, con niveles más altos de estrés, así como también peores resultados en los ámbitos socioemocionales y cognitivos.
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Fearon, Bakermans-Kranenburg, van IJzendoorn, Lapsley, y Roisman, (2010)
Groh et al., (2014)
John Bowlby (1969)
Los apegos inseguros se asocian con un mayor riesgo de desajuste psicológico, en concreto con más altas tasas de sintomatología externalizada (p. ej., agresión, comportamientos desafiantes).
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Fearon, Bakermans-Kranenburg, van IJzendoorn, Lapsley, y Roisman, (2010)
Groh et al., (2014)
John Bowlby (1969)
Estudios meta-analíticos encuentran una relación significativa entre el desarrollo social infantil (p. ej. competencia social con los iguales) y el apego seguro.
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Fearon, Bakermans-Kranenburg, van IJzendoorn, Lapsley, y Roisman, (2010)
Groh et al., (2014)
John Bowlby (1969)
Si bien madre e hijo aportan a la relación variables biológicas y temperamentales, sólo la primera incorpora elementos de su historia previa, sus valores culturales y sus expectativas sobre la crianza, atributos que hacen que su comportamiento resulte más variado.
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Fearon, Bakermans-Kranenburg, van IJzendoorn, Lapsley, y Roisman, (2010)
Groh et al., (2014)
John Bowlby (1969)
Cada patrón de conducta tiene patrones definidos en la interacción diaria madre-hijo. […]. La respuesta sensible que la madre ofrece de un modo continuo durante el primer año de vida del niño es el mejor predictor de la seguridad del apego del niño en ese primer año.
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Ainsworth y cols. 1978; Bowlby (1969)
Ainsworth y cols. (1978); Main y Stadtamn (1981)
Betherton (1985)
La actitud distante y la conducta de rechazo por parte del cuidador (particularmente en cuanto al contacto corporal con el niño) predicen un patrón de conducta evitativo.
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Ainsworth y cols. 1978; Bowlby (1969)
Ainsworth y cols. (1978); Main y Stadtamn (1981)
Betherton (1985)
Son las relaciones marcadas por la sensibilidad del adulto las que conducen, con mayor probabilidad, a un vínculo de apego firme
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Ainsworth y cols. 1978; Bowlby (1969)
Ainsworth y cols. (1978); Main y Stadtamn (1981)
Betherton (1985)
Los niños con apego desorganizado presentan, también, mayores problemas de autorregulación emocional, con niveles más altos de estrés, así como también peores resultados en los ámbitos socioemocionales y cognitivos.
DeKlyen y Greenberg, (2008)
Ainsworth y cols. 1978; Bowlby (1969)
Ainsworth y cols. (1978); Main y Stadtamn (1981)
Betherton (1985)
Toda cuestión de los estilos parentales disfuncionales, como determinantes del apego inseguro y de la psicopatología, merece un estudio cuidadoso.
Marrone (2001)
García-Torres (2003)
Moreno (2006)
Soufre, 1979)
Destaca la mayor incidencia en niños maltratados o abandonados de modelos mentales erróneos que incitan al niño a culparse de los castigos maternos o de los conflictos parentales.
Marrone (2001)
García-Torres (2003)
Moreno (2006)
Soufre, 1979)
Las nuevas experiencias de familia, como en el caso de la adopción, no sustituyen de forma inmediata a las pasadas.
Marrone (2001)
García-Torres (2003)
Moreno (2006)
Soufre, 1979)
Los niños con apego seguro suelen escoger como compañeros a quienes confirman sus expectativas de apoyo mutuo, lo que igualmente perpetúa su modelo de relación.
Marrone (2001)
García-Torres (2003)
Moreno (2006)
Soufre, 1979)
Enfatiza que cualquier cambio que afecte de forma severa y constante a las formas de relación podría ocasionar cambios en el apego de los hijos.
Lamb (1987)
Thompson (1988)
Soufre y Egeland (1991)
Waters y cols. (2000)
Confirmó que en las clases sociales más bajas hay mayores probabilidades de que el apego seguro mude hacia formas inseguras, lo que explicó por los mayores riesgos sociales a los que se enfrenta esta población.
Lamb (1987)
Thompson (1988)
Soufre y Egeland (1991)
Waters y cols. (2000)
Macroestudio longitudinal de Mineapollis, según este estudio, los pequeños que manifestaban un apego seguro a los doce o dieciocho meses eran, años más tarde, descritos por sus profesores como más empáticos, socialmente más competentes y con más amigos que aquellos que tiempo atrás fueron clasificados como inseguros.
Lamb (1987)
Thompson (1988)
Soufre y Egeland (1991)
Waters y cols. (2000)
Como media, el 72% de los adultos mantiene el estilo de apego que construyó en la infancia, el 28% restante lo modifica en función de cambios significativos en sus vidas.
Lamb (1987)
Thompson (1988)
Soufre y Egeland (1991)
Waters y cols. (2000)
Propone que es posible considerar que el apego tiende a ser estable, pero, a la vez, susceptible de cambiar si las condiciones lo demandan.